Crónica de un Primer pogo – Don Osvaldo

Txt: Lina Mena / Ph: Elvio Alcaraz

El 30 de diciembre de 2004, cuando ocurrió la tragedia de Cromañón, yo apenas tenía dos años, era muy chiquita para entender lo que pasaba, para saber quiénes eran los Callejeros, pero probablemente ya los estaría escuchando de rebote, por ser hermana mucho menor de un fanático del rock. Por eso es que crecí escuchándolos, como a tantas otras bandas, pero esta es sin dudas una de las que más tomé como herencia y me la apropié. Nunca había visto al Pato Fontanet en vivo, nunca había estado en un show, hasta el sábado pasado cuando por fin mi hermano escuchó mi pedido y me llevó.

Llegamos al Salón Metropolitano de Rosario relativamente temprano y entramos directamente, no hicimos la famosa previa porque él tenía que acreditarse como fotógrafo y estaba jugado de tiempo. Ubicada a un costado de la valla, parecía estar todo muy tranquilo, con espacios para estar cómodos, pero ni bien empezaron a subir los músicos al escenario, toda la gente se fue hacia adelante como una avalancha. Comenzó el reci y el agite por parte del público, pero yo seguía tranqui, expectante. Me fui para atrás de todo y veía como las banderas se agitaban como locas, tapando bastante, pero haciéndose parte del show, parte de la escenografía. “Otro viento mejor” fue el tercer tema, ahí me cayó la ficha, ahí me empecé a dar cuenta de donde estaba, que es lo que estaba pasando finalmente, sonaba Callejeros y el Pato cantaba exactamente igual a como lo escuché en casa toda mi vida. ¡Sorprendente!

Por unos cuantos temas estuve lejos, disfrutando de semejante espectáculo, hasta que volvió mi hermano de sacar fotos en el vallado y me empezó a llevar para adelante. De a poco empecé a ver más de cerca la emoción que transmiten desde arriba del escenario, la emoción de la gente cantando a los gritos y mi emoción que cada vez se hacía más grande. Con un par de veces que nos adelantamos, llegamos hasta el centro del agite, ahí donde estaban las banderas, donde se hacen las rondas para bailar y poguear a full cuando explotan los temas. Por momentos parecía que se iba a pudrir todo, pero no pasaba nada, saltábamos con gente que nunca vi pero que te miraban con una sonrisa en la cara, o cantaban al cielo hasta quedar rojos por hacerlo con tanta fuerza. No era para menos, si sonaban temazos como “9 de julio”.

Para cuando tocó “Rocanroles sin destino”, me subí a los hombros de mi hermano y la experiencia volvió a cambiar, de golpe respiraba mejor y la vista era genial. Veía a todos los músicos sin que nadie tapara nada y también veía desde arriba a toda la gente que estaba en el salón, gente que estaba “en una” (extasiados). Después de eso vino un tango con un piano y otras canciones, pero aunque me estaba gustando mucho, yo esperaba mi canción favorita.

En un impasse subieron al escenario sobrevivientes y familiares de las victimas Cromañón, miembros de “No nos cuenten Cromañón”, Don Osvaldo le cedió ese espacio para que hablaran del libro que sacaron hace poco, llamado “Voces, tiempo, verdad”, el cual tenían a la venta ahí mismo. Como si escuchar esos testimonios no fuera fuerte, contaron que lo recaudado sirve para asistir la salud mental de algunos sobrevivientes, fuertísimo y concientizador.

Ya había pasado más de hora y media, ya habíamos recorrido todo el Salón Metropolitano, ya quedé sorprendida de ver tantos niños con sus familias entre el público, ya todo parecía que iba terminando, pero mi tema no llegaba. Si llegaron “Morir”, “dos secas” y la súper agitadora, “Si me cansé”, detonando el lugar por completo, hasta que finalmente la última canción, llena de emoción, fue mi favorita, “Suerte”.