Esta noche noche fuimos al cine con amigos a ver Pink Floyd at Pompeii – MCMLXXII, la flamante restauración del mítico concierto filmado en 1971 en el anfiteatro romano, y todavía estamos procesando la experiencia. No se trata simplemente de una remasterización: es una reinvención visual y sonora que nos dejó flasheados.

Desde la primera imagen, la nitidez de la proyección en 4K nos hizo sentir como si estuviéramos ahí mismo, entre las piedras antiguas del anfiteatro vacío, escuchando cómo los ecos de “Echoes” se mezclaban con el viento. El sonido, completamente remasterizado, no solo recupera la fuerza psicodélica y progresiva del grupo, sino que nos envuelve con una claridad que parece imposible para una grabación de hace más de 50 años.

“Impactante” es una palabra chiquita para adjetivar esta obra de arte.  Tomas inéditas para los mas fanáticos, detalles íntimos de la banda en acción, que no estaban en la versión original. Esas imágenes, con una calidad sorprendentemente contemporánea, dan la sensación de que el concierto fue filmado para ser visto hoy. Como si Pink Floyd hubiera previsto que la mejor manera de entender su música sería con la tecnología de nuestro tiempo.

Salimos del cine con la sensación de haber asistido a un evento más allá de lo musical. Fue un puente entre épocas, una cápsula del tiempo reabierta con precisión quirúrgica, y también una muestra de cómo el arte, cuando es verdadero, trasciende los límites del soporte y la época.

En Rosario, por una noche, el anfiteatro de Pompeya se volvió real, tangible. Y Pink Floyd, eternamente vigente

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