Yo quiero a mi Bandera – El festival que llegó para hacer historia
Txt: Nico Eliceche / Ph: Elvio Alcaraz
Hace unos días que estoy pensando en cómo arrancar la crónica del Festival Bandera, el festival de Rosario que tuvo una nueva edición el pasado sábado 26, y con entradas agotadas, reunió a 25 mil personas. Como no podía ser de otra manera, estuvimos con Rockógrafo recorriendo la ex Rural, una locación que repite del año pasado. Nos tomamos unos días para procesar lo vivido y ponerlo en palabras. Así que si buscas una crónica rápida, este no es el lugar. Aquí buscamos desmenuzar el evento y reflejarlo en papel (bueno, en digital). Aclarado eso, ¿empezamos?
Repasando mis notas de la edición anterior, no tengo dudas: el Festival Bandera se ha consagrado y ocupa un lugar estable en el calendario anual de festivales. Ya es parte de la agenda cultural de la ciudad, algo que no es fácil de lograr. La ex Rural se afianza como un espacio ideal tanto para el público como para el festival. La disposición del predio fue similar a la del año pasado, con dos escenarios (Norte y Sur) colocados uno junto al otro, permitiendo que la grilla vaya en tándem: cuando termina una banda en un escenario, comienza otra en el siguiente. Sin duda, una marca registrada del Bandera.
Nosotros, con Rockógrafo, llegamos temprano, apenas abrieron las puertas al público general a las 14:30. Pese a una semana previa con clima complicado (lluvias intensas y algo de frío), el sábado fue ideal para rockear. Es cierto que hacía calor y el sol pegaba fuerte, pero la ex Rural cuenta con varios espacios sombreados y zonas de descanso, además de los puntos estratégicos que los sponsors habilitaron para la comodidad del público.
Aunque llegamos temprano, el día pasó volando y, cuando menos lo esperaba, Dillom ya estaba en el escenario. Tengo que mencionarlo porque, para mí, fue EL show del Bandera. El año pasado también se presentó, pero no me impactó tanto como esta vez. Ahora, con un horario perfecto (alrededor de las 19, cuando el sol empezaba a bajar), Dillom hizo un show potente, con el público entregado y con una energía arrolladora. Declaró que le encanta venir a Rosario y, sinceramente, le creo. Fue, sin duda, el show que más disfruté.
En general, el nivel fue excelente, aunque tengo sentimientos encontrados con la configuración de los escenarios juntos. Por un lado, agiliza mucho el evento porque no hay un solo momento sin música; al terminar una banda en el escenario Sur, inmediatamente empieza otra en el Norte, lo que permite al público disfrutar de todos los shows sin tener que correr de un lado al otro del predio. Incluso, quienes prefieren ubicarse más atrás pueden ver ambos escenarios sin problemas. La dinámica mantiene la energía en alto y genera un subidón constante.
Sin embargo, esa misma continuidad hace que muchas personas no se muevan y el escenario Bandera, más cercano al Bv. Oroño, termine quedando un poco relegado. Es solo una percepción, pero me parecía algo distante. Aun así, la agilidad en los tiempos entre bandas es algo que se agradece.
Como en todo festival, hubo algunos detalles que podrían mejorar: algunas personas se quejaron de los precios, las largas filas para los puestos de hidratación y comida, y la falta de claridad con el sistema de pago, ya que algunos querían usar efectivo o QR y no pudieron.
Más allá de algunos detalles, el Festival Bandera está para quedarse, y celebramos como rosarinos que Rosario vuelva a ocupar un lugar fuerte en la escena cultural. Casi me olvido, pero con Rockógrafo también hicimos algunas notas, preguntando a la gente, y nos sorprendió ver cuántas personas de otras ciudades vinieron a Rosario especialmente para disfrutar del Festival Bandera. Aplaudimos eso.