Ritual histórico en Rosario – Los Piojos

Crónica: Nicolás Eliceche / Fotos: Elvio Alcaraz

El Ritual Piojoso en Rosario: Una Noche para la Historia

Los Piojos volvieron a tocar en Rosario y, como no podía ser de otra manera, con Rockógrafo estuvimos ahí para vivirlo y contarlo.

Una previa con expectativas y cierta nostalgia

Quienes ya son rockolectores, saben que quien escribe esta nota no es fanático ni de Ciro ni de Los Piojos. No forman parte de mis playlists, pero como buen trabajador de la música, fui a cubrir el show. No voy a hacerme el distinto: claro que tenía ganas de estar. Un poco por, como dicen ahora, “FOMO” (ese miedo a perderse algo que está en boca de todos) y otro poco porque sé perfectamente lo que representan Los Piojos en la historia del rock nacional. No disfrutar de su regreso en mi propia ciudad habría sido de imbecil.

Durante toda la semana estuve pensado: “Che, voy a ver a Los Piojos”. 

Aunque no desde la pasión del fanático, sino desde la curiosidad genuina. Pensaba en qué clase de ritual se iba a vivir esa noche en el Hipódromo. A pesar de no ser seguidor, confieso que a Ciro y Los Persas los vi unas cuatro veces. Siempre me pasa lo mismo: conozco más canciones de las que pensaba, pero los shows tan largos me terminan agotando. Y ya el sábado a la tarde calculaba que todo terminaría pasada la medianoche. No fallé: el show, anunciado para las 21, arrancó a las 21:36, según el reloj de una compañera que me ahorró el tener que sacar el celular de mi riñonera que estaba abajo de mi camisa, abajo de mi rompeviento…

El Hipódromo estuvo repleto, con entradas agotadas y una multitud que, como siempre en estos eventos masivos, obligaba a estar atentos a las pertenencias. 

La previa: entre banderas, colectivos y algunas ausencias

Desde temprano, con Rockógrafo cubrimos la previa en el Parque Independencia. Había movimiento: colectivos llegados de varios puntos, banderas apostadas sobre el pasto o colgadas… aunque debo decir que me resultó más tranquilo de lo que esperaba. Quizás porque, además de los piojosos de ley, había mucho curioso, pero bueno, bien por ellos que fueron a ver música en vivo. Tal vez también porque, como en toda reunión de generaciones, los rituales cambian. Me faltaron más parlantes a todo volumen, heladeritas, botellas cortadas compartiendo. Algún fisura, ya saben un poco más de esa mística rockera.

Eso sí, cuando pasábamos entre las banderas, nos gritaron “¡Rockógrafo, Rockógrafo!” unas piojosas que habían venido desde Buenos Aires, recordándonos que la pasión sigue intacta en muchos corazones.

¿Fue un público más “mili-pili/tincho”, más cercano a Ciro solista? Quizás. Son conjeturas. Lo cierto es que el Hipódromo respiraba expectativa.

El show: emoción, rock y algunas perlitas técnicas

El espectáculo abrió con un artista local de gran calidad musical, aunque, a mi parecer, no era el más adecuado para calentar motores en un evento que pedía rock puro desde el minuto uno.

Cuando Los Piojos salieron al escenario, la espera valió la pena. La banda sonó ajustadísima, con un nivel musical altísimo. Ávalos y Lulibass aportaron muchísima presencia escénica, acompañando de manera impecable a Ciro, un frontman consumado que, guste o no, logra hacer disfrutar a todo el mundo.

Me sorprendió gratamente la cantidad de banderas piojosas, algo que no suele verse tanto en los shows de Ciro y Los Persas (comparación obligada). La conexión con el público fue inmediata. No falto el clásico nombramiento y lectura de las banderas, asi como tampoco el “Sí sí, no no” entre Ciro y el público, para luego enganchar “El Farolito”.

¿Detalles mejorables? Sí. Por momentos, las pantallas quedaron en negro o incluso se llegó a ver el puntero del mouse en una de ellas. En otros momentos la cámara de seguimiento estaba sobre un piso que vibraba, y eso se notaba en la imagen que se proyectaba. Pequeños errores técnicos que llaman la atención en un show de este nivel. También sentí que entre tema y tema había silencios largos, cortes de luz y pausas que le quitaron, según mi criterio, fluidez a la experiencia.

Sin embargo, todo eso quedó en segundo plano frente al clima festivo. Fue emocionante ver a tantos niños y niñas sobre los hombros de sus padres, cantando cada tema. El futuro del rock, parece, sigue vivo.

El ritual continúa

El Ritual Piojoso pasó por Rosario y no será una noche que se olvide fácilmente. Para muchos, fue una oportunidad única de revivir o vivir por primera vez esa mística tan particular que supo construir la banda. El rock sigue vivo. Y noches como la del sábado en el Hipódromo de Rosario lo demuestran.